¿Para qué sirve ir a una exposición fotográfica?
- Alejandro Abarca
- 15 dic 2017
- 6 Min. de lectura
Cinco y diez de la tarde y yo plantado fuera de la Sede Afundación de Santiago de Compostela ¿Por qué? Pues porque estaba desesperado. Es lo malo de dejar todo para última hora, toda la angustia y el trabajo que pudiste haber dosificado responsablemente termina cayéndote encima como una chaqueta de plomo.
Qué podría sacar de una exposición fotográfica sobre el comercio local en Santiago, no lo sabía. Incluso cuando estaba cruzando el umbral de la sede no tenía idea. Generalmente de algo así puedes sacar una nota corta, un par de impresiones de los asistentes y si el fotógrafo esta presentes un par de preguntas, pero es raro encontrar material suficiente como para armar un reportaje o una crónica que fue lo que mi editor—en este caso mi profesor— me pidió a mí y a los demás del grupo. En fin, esa era mi carta y la tenía que jugar.

Una vez adentro, me apenó ver el lugar tan vacío. El estilo neoyorquino de techos altos y vigas al aire me gustaba, las murallas desnudas y el piso de madera creaban un ambiente agradable. Al saludar al portero aproveché de preguntar si podía fotografiar el lugar —Por supuesto— me dice. — ¿Ha venido mucha gente hoy? —Algún que otro curioso, pero no muchos.
Comencé a caminar y a leer las pequeñas reseñas de las fotografías panorámicas tomadas por Afonso Sestelo. Asthor Decoración, Confecciones Riande, Ferretería Casas Chico, Joyería Mayer, La Novedad, Libraría Couceiro, Papelería Compostela, Relojería Mayer, Rod Mayer e Ultramarinos Carro eran las tiendas escogidas para exhibirse ayer jueves 14 al 4 de febrero como emblemas del comercio local en Santiago.
Algunas tiendas fueron fundadas hace más de un siglo, como Ultramarinos Carro. Tiendas de tradición que fueron pasando de manos de padres a hijos, como Confecciones Riande. Lugares que soportan el paso del tiempo como poéticamente lo hace la relojería Mayer.
Pero la información que brindaba el texto bajo las fotografías, en síntesis, solo te explicaba cómo se fundaron y justificaba por qué estas tiendas eran emblemáticas; generalmente por su antigüedad.
En Chile también existieron tiendas así: zapaterías, sastrerías, relojerías, talleres de carpintería, etc., pero el advenimiento de las grandes marcas y las producciones en masa aniquilaron todos esos comercios de tradición y calidad. Diez minutos estuve pensando porqué seguían en pie estas.
Cinco treinta y cinco y yo me encontraba bajo el pórtico de la sede protegiéndome de la lluvia fina de Galicia. No es que me moleste, me encontraba buscando en mi teléfono las direcciones de algunas de las tiendas de la exposición. Emprendí rumbo entonces a Confecciones Riande.
Primer intento
En 1922, Jorge Riande vuelve a Galicia desde argentina y decide abrir una sastrería que, en su inicio, tenía por nombre El buen gusto, en Praza do Toural, aunque pronto seria conocida como Casa Riande. Su apuesta fue la ropa ya confeccionada en tiempos donde lo normal era encargar a sastrerías, siendo un acierto que se reflejó en la popularidad que fue ganando. Esto combinado con las tendencias de la moda británica de la época y los conocimientos adquiridos en Buenos Aires hicieron que surgiera rápidamente.
Me puse a mirar desde fuera las prendas que se mostraban en la vitrina, eran de un estilo serio y elegante, me imagine a Valle Inclán —cliente frecuente de Casa Riande— entrando por la misma puerta que estaba por cruzar yo.
Quien dirige el local es el nieto del fundador que también se llama Jorge. Una vez dentro, lo veo pasar a paso raudo: está atendiendo él solo. Cuando me presentó y le pregunto si tiene unos minutos, su mirada se desvía hacia las voces de los clientes tras la puerta y acaricia la tela del traje que tiene en sus brazos —Si quieres, puedo venir en un rato—le digo, pero prefirió dejarme invitado para el día siguiente.
Salí con dos convicciones: la primera es que sería inútil volver a menos que haga una segunda parte de esta crónica; la segunda, que a la tienda le queda mucho tiempo de bonanza aún.
Delicatessen
Conozco bazares, kioscos, almacenes y minimarkets pero jamás había escuchado hablar de un ultramarino. Al buscar la definición y encontré que es una tienda donde se venden productos importados de fácil conservación,

muchas veces exóticos. La diferencia es que Ultramarinos Carro también tiene productos de primera calidad propios de Galicia.
Tomás Carro abrió esta tienda en 1880—fecha un poco sorprendente— y sigue en pie desde aquella época, aunque ahora bajo la administración de Carmen Alvita, quien sigue con la tradición que destaca a Ultramarinos Carro: productos selectos y el trato afable y cercano con los clientes.
Le pregunto si puedo conversar con ella unos minutos —Pues claro, como no— me contesta, siendo fiel a la costumbre del buen trato.
Me dijo que la gente vuelve a ese lugar porque tienen productos de calidad, porque hay confianza y una garantía detrás del nombre Ultramarinos Carro.
—Me fijé que hay un Froiz aquí al frente ¿hay competencia? —Hombre, no. Nosotros siempre vendimos productos de ultramar, delicatessen. Porque los quesos que son de importación los vendíamos nosotros, nadie los tenía en Santiago. Los fiambres raros: lengua escarlata, gallina trufada. Incluso antes teníamos tres señoras que hacían los chorizos aquí.
Me dijo que aun así, los tiempos cambian y ahora todos pueden conseguir de todo —Entonces ¿Por qué vuelve la gente?—le pregunto.
—Bueno, pues, por el trato y porque saben que tenemos producto de calidad. Si tú vas al supermercado te encuentras con una estantería, no una persona. Aquí el trato es directo, los aconsejas, les dices que es mejor.
Y así como si nada, después de dos minutos me encontré pidiéndole consejos para llevar un par de cosas a Chile: qué podría llevar en el avión y qué no, los trámites para algunos productos, en fin.
Antes de irme me dijo dónde quedaba la Relojería Mayer y me recuerda que fotografíe, si quiero, la entrada —Ahí tienes la fecha de cuando se abrió—.
El tiempo

La llovizna había cesado y el cielo pasaba de nubes pálidas a tonos más grises y oscuros, ya anochecía cuando me acerqué a la puerta de la Relojería Mayer. Me quedé un rato parado viendo los relojes: modernos, automáticos, con batería y, los más llamativos, los clásicos de cuerda.
El relojero de los Países Bajos del Norte (actual Alemania) Lourenzo Mayer, llegó a Galicia a principios del siglo XIX, y se instaló en Coruña para formar una familia con Xoana Fernández. Hoy uno de sus descendientes, Federico Mayer, es uno de los que dirige la Relojería Mayer en Rua do Villar.
Al entrar a ese pequeño lugar lleno de relojes de todo tipo, me preguntó si podía ayudarme en algo mientras con una sonrisa se apoyaba en el escaparate. Le dije que quería hablar con él sobre la relojería pues había visto la exposición y quería escribir sobre algunos de los lugares que se mencionaban —Bueno, pues yo no sé mucho la verdad, nada más lo mismo que salía allá—contestó algo inquieto.
—Lo que quiero es saber otras cosas: cuanto llevas trabajando acá, hace cuanto que aprendiste la relojería, ese tipo de cosas.
—Bueno, con eso te puedo ayudar.

Mientras observaba unos relojes antiquísimos me comentó que desde pequeño estuvo relacionado, obviamente, con el mundo de la relojería y que ya hace unos años ejerce profesionalmente —Aunque sigo aprendiendo, siempre llega algo que no conoces o un mecanismo con el que no estas familiarizado—me contaba.
—La época de venta fuerte debe ser para invierno, por las fiestas ¿No?— le pregunté. —La verdad es que es en el verano, por todo esto del turismo y como esta es una calle muy transitada, pues se nota un poco el alza. Pero aquí las ganancias provienen de los clientes que siempre vienen, los que vuelven y con los que ya te conoces de años. Muchas veces me ha tocado que alguien viene a reparar el reloj de su abuelo, el mismo que mi abuelo había arreglado.

La tranquilidad, la oportunidad de ver piezas que en ningún otro lugar o centro comercial puedes ver, el trato de toda la vida con la gente, todo eso a Federico Mayer le gusta de su trabajo.
Antes de irme me muestra el reloj más antiguo que tiene en la tienda—Este no está a la venta—me aclaró—este reloj ya es de la familia, lo trajo el abuelo de Hungría y tiene más de cien años. Aunque no funciona lo tenemos como reliquia— me decía mientras me mostraba los detalles y la cúpula.
Faltaba poco para las seis treinta y yo ya caminaba hacia mi piso. Me puse a pensar en el temor que tenía al llegar a la exposición, me pregunto incluso mientras escribo esto si es periodísticamente ortodoxo este texto y lo más probable es que no, pero puede que ese no sea el punto.
Fui a una exposición fotográfica y saqué algo más que impresiones estáticas de algún lugar, conseguí las pistas para ir yo mismo a ver estos pequeños pedazos de Galicia, ahora ve tú mismo.
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